Defending religious freedom and other human rights: Stopping mass atrocities against Christians and other believers
New York April 28th - 30th 2016
-Soy la hermana Guadalupe, argentina, miembro de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado, una Congregación fundada por el Padre Carlos Buela en Argentina.
-Viví como misionera en distintos países de Medio Oriente durante 18 años, 4 de los cuales los pasé en Siria. Llegué a Alepo a comienzos del 2011. Y unos meses después se desata la guerra. Una guerra que nadie allí se esperaba.
-De un día para el otro grupos armados fueron avanzando sobre pueblos y ciudades, y llegaron a Alepo, que es la segunda ciudad, pero más importante que la misma capital (porque es el centro económico de todo el país). Y así la milenaria Alepo, famosa en medio oriente por parecer una ciudad europea, de un día para el otro se vio convertida en ruinas, en muchos de sus barrios.
-Los grupos terroristas rodearon la ciudad y la sitiaron completamente durante un año. Eso significó que se interrumpió totalmente la entrada de insumos. Se acabó el combustible (ya no veíamos autos por la calle); se acabo el gas (y esta gente que lo tenía todo salía a la calle y arrancaba ramas de los árboles para cocinarse algo para comer); cortes de electricidad y de agua (tenemos una hora de luz al día o dos, y el agua llega 2 horas cada diez o 15 días). Pero además, se acabaron los alimentos perecederos, carne, frutas, verduras, todo lo que entra del campo a las grandes ciudades, todo eso se acabó y estuvimos sobreviviendo como pudimos, millones de personas, a arroz, fideos y comida enlatada. “Nos están dejando morir de hambre y de sed, decían, mientras el mundo no lo sabe”.
-Este asedio se sumó al ataque permanente. Los terroristas desde los barrios tomados de la periferia disparan hacia adentro de la ciudad. No hay barrio de Alepo en el que uno pueda sentirse seguro. Atacan indiscriminadamente, pero sobre todo, barrios cristianos e Iglesias, que son el primer blanco.
-Las primeras dos semanas estuvimos encerrados, las explosiones, tiroteos y cañonazos eran permanentes. Pero las semanas se convirtieron en meses y los meses en años. Y entonces aprendimos a convivir con la guerra y la persecución. Nos acostumbramos a salir en medio de los tiroteos, y a dormir bajo los bombardeos.
-Andamos en la ciudad con mucho cuidado, muy atentos a los ruidos y a las explosiones, listos para correr, sobre todo en las calles alcanzadas por los francotiradores. Esta es la vida cotidiana en Alepo.
-Los barrios cristianos son los más atacados. Y sin embargo las Iglesias están llenas. Dice uno de nuestros jóvenes de la parroquia: que entren y que tomen la ciudad, y que me corten la cabeza: soy cristiano, y no voy a dejar de serlo. Esta es la disposición de los cristianos perseguidos, dispuestos a dar la vida antes que renegar de Jesucristo. Como esa mujer cristiana de una ciudad ya tomada por los terroristas, atada a la columna, para que todo el que pase la golpee hasta que ella pida convertirse al Islam. Y no lo pide.
-Cristianos decapitados o crucificados. Mujeres violadas. Niños enterrados vivos a la vista de sus madres, por ser cristianos.
-Poder vivir como misioneros la vida cotidiana junto a estos mártires es para nosotros un privilegio. Ver cómo a pesar de semejante sufrimiento, sonríen. Ellos dicen, “es que antes estábamos tan entretenidos con las cosas del mundo que nos olvidábamos de las cosas importantes”. Ahora la experiencia de muerte les hace comprender que realmente la vida es corta, y que debemos vivir cada día como si fuera el último, preparándonos bien para lo que viene después.
-Una señora que se llama Amal (“Esperanza”, en árabe), tenía 4 hijos y perdió uno de ellos trágicamente. El muchacho estaba en el hospital en barrio cristiano. Le habían hecho una intervención quirúrgica muy sencilla y estaba esperando con su madre que le dieran el alta. En eso cae un proyectil cerca del hospital y tiembla todo el edificio. Entonces le dice a su madre que vaya a pedir ayuda para que lo cambien de habitación porque la habitación daba a la calle. Cuando sale Amal cae un segundo proyectil ya delante de la ventana. Ella siente el estruendo y se vuelve sobre sus pasos y cuando entra a la habitación se encuentra con su hijo despedazado en la explosión. Ella
lo llora muchísimo a su hijo, que se llamaba Naum, pero dice: “mi hijo ya estaba preparado para el Cielo, yo lo veía preparado para el Cielo”. Y cuenta que cuando tenía miedo de que cayera algún proyectil en su casa, su hijo Naum le decía –citando el Evangelio-: “Mamá, no tengas miedo de los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”.
-Eso es lo que viven los cristianos en Siria. Y por eso ya ni siquiera tienen miedo a la muerte, “que me maten –dicen- el Cielo no me lo quitan”. “Podrás llevarte mi cabeza, podrás quemarme las Iglesias, podrás echarme de la tierra que me vio nacer, pero mi alma es de Dios, y cuando muero,no muero”.
-Cuando sucedió el atentado en Paris nuestros cristianos de Bagdad y de Alepo se conmovieron profundamente y rezaban por sus hermanos que habían sido víctimas de esas atrocidades. Y ellos que viven esto desde hace 5 años en Siria y desde hace 12 años en Irak, ¿encuentran de nuestra parte la misma solidaridad?
-¿Cómo ayudarlos? 1- Rezando por ellos. 2- Difundiendo esto que está pasando y que es tan poco conocido. 3-Colaborando. Pero no solo colaborando con la ayuda material sino también con nuestro compromiso por hacer algo para que esta masacre se termine.
-No basta con asistir a los refugiados, porque esto es solo poner un parche a la herida (es decir no soluciona el problema). Mientras no se cierre la canilla (el grifo), vamos a seguir teniendo refugiados. Un adolescente sirio que habló en los medios dijo: “Nosotros no queremos irnos a Europa, estábamos muy bien en Siria, ¡paren la guerra!”.